miércoles, 19 de enero de 2011

Plaza brasil...


Ayer... como siempre pasa cada cierto tiempo... todo me envió a la lanterna.
Antonieta, la ví... la vi junto a un hombre grande, abrazados... disfrutando ese amor de las películas, ese amor de haber vuelto a amar, de haber vuelto a confiar. Bien vestido, grande, fornido, seguramente un gran tipo, muy serio y cariñoso, cuerdo a decir basta y muy maduro.
No pude evitar quebrarme... no pude evitar pasar como si no los hubiera visto aún sabiendo que ella sabía que la ví. Caminé desecho sin razones (nunca hay razones para desacerse por algo qe pasó hace tanto tiempo), llegué a mi puerta y me senté con la cortina cerrada, sin saber que hacer... pensando en que había pasado ya casi un año y aún no podía lograr lo que ella había logrado tan pronto, su tranquilidad...

Las tristezas nunca vienen solas y los aires veraniegos de la gran ciudad trajeron también desiluciones masculinas... ese amigo en que confías pero abusó, esa humillación gratuita de parte de la gente que quieres... un hombre no solo sufre por una mujer, también crea vínculos importantes... y a veces el trabajo sobre escenario te aferra mucho a ciertas personas... Victor Hugo apareció y trató de calmarme, el casi, casi tiene esa capacidad pero hay cosas que no se pueden calmar ni tranquilizar.

Caminé, caminé, caminé... Me senté solo largo rato en el mismo asiento donde le había dicho tantas cosas lindas, me senté solo y una paloma se paró al lado mio, como recordandome que no había otra opción, que hay gente que pasa por Santiago para estar sola, que hay persons que no tendrán nunca algunas cosas que son tan básicas, me senté solo y rolé un cigarro con un poco de tabaco que me quedaba. Habitación, tocadiscos y There will never be another you para llorar 3 veces más...

19 de enero, verano (de nuevo espantóso) de 1961.

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