jueves, 22 de septiembre de 2011

Printemps 2


Había pasado un corto invierno entre salas de estudio, escenarios y amores fugaces. Había conocido un nuevo amor que me llevaba de las barras al centro con toda su corporalidad. Me había descubierto yo mismo.
Cuanto... cuanto dejan ciertas personas que pasan por tu vida, sin quererlo marcan etapas y se marchan sin mirarte más, es como las estaciones que vienen y se van sin darte cuenta que te hicieron florecer, secarte, caerte y morir.
Ahora después de las nubes infinitas, el damasco de la puerta de mi casa volvió a florecer, así como las mujeres y los hombres de corazón noble. Igual que florece el humano paciente, cuando se da cuenta que poco a poco las cosas se configuran a su favor, que la vida empieza a dar tregua a su lucha.
También empezó a florecer una sensación de desinterés... no de ese desinterés maldito que hace que no tomemos importancia de nada, sino ese desinterés de recompensa, ese que nos hace disfrutar las cosas por el simple hecho de hacerlas. Disfrutar una noche acompañado y un desayuno agradable; una buena presentación aunque no seas el mejor músico de la noche. La vida se arma de a poco y a todos nos cuesta darnos cuenta.

Habían pasado meses y ella había aparecido poco, sólo lo suficiente para causarme un par de desequilibrios en el día... algo había cambio extrañamente. Seguía yendo al bar a tomar el old fashion o unas cervezas... la vida iba pasando, y yo la iba aprovechando... que lindo sería volver a darle esta serenidad a alguien, esta tranquilidad magnífica llena de los aires frescos que se llevan los petalos de las flores.

Santiago, septiembre de 1961.

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